¿El amor? Hombres y mujeres, las flecha de Cupido -o sea, una forma bonita de describir la alteración de la serotonina en el cerebro- y un camino por recorrer juntos. Pero las formas cambian. En el restaurante Arkupe de Vitoria compartieron cena tres matrimonios. Tres historias de amor.

BODAS DE ORO

Jesús Fernández y Paula Pardo

«Ésa será la madre de mis hijos»

Paula Pardo se casó de negro. No, no estaba de luto, aunque había perdido a sus padres a los 16 años. Casi todas las mujeres se presentaban de oscuro ante el altar, como si fueran a un funeral. «Era el año 1956, en Torrecilla de Cameros, un pueblo pequeño de la montaña de La Rioja. El vestido era de mi hermana. Una cuñada me prestó las arras, el ramo y el gorro. Con lo que ganaba, justo tuve para comprarme los zapatos», relata ella.

«No llegábamos a 20 invitados. De restaurante, nada. En casa de un cuñado. Se mató una oveja para el convite. ¿Noche de bodas? En casa de un hermano de mi cuñada. Allí ‘rompimos el cesto’. Estuvimos el domingo y el lunes, a Vitoria, a trabajar en la DKW y a vivir en una habitación con derecho a cocina», cuenta él.

Bodas grises para tiempos grises. Del color del país entonces. «Por eso este año queremos resarcirnos. Una comida y un viaje. Es la luna de miel que nunca tuvimos», agrega Jesús.

Hay una ternura inconfesable en sus miradas. Los papeles bien repartidos, sin ambigüedades modernas. Se nota en los regalos. «Yo prefiero algo práctico a unas flores», dice él. «Una vez en la vida me ha regalado flores. Pero si le dolía hasta cortar una rosa del huerto», se queja ella.

Hasta el enamoramiento fue como el de una película de blanco y negro. Paula acompañaba como empleada de hogar a una familia en verano y Jesús acababa de llegar a Brieva desde Madrid de sacarse el título de mecánico de coches. Paula se lamentó cuando iba a la fuente a por agua. «¿Qué cuestas hay en este pueblo! ‘Calla’, me respondieron, ‘que igual te casas con uno de aquí’», cuenta. «La primera vez que la ví, tan guapa, le dije a un amigo: ‘Esa será la madre de mis hijos’». Tres hijos, una preciosa nieta, un piso en Vitoria y una casa en La Rioja. Nada de esto existiría sin un amor de 50 años.

BODAS DE PLATA

José Luis F. de Pinedo y Conchi Gómez

«Fue a la salida de un euskaltegi»

Fue en un euskaltegi. «No aprendimos euskera, pero nos mirábamos a los ojos. Era la época de la Transición y nos divertíamos mucho con la cuadrilla. A la salida de clase, entre chiquito y chiquito, en ‘la Cuchi’, se fraguó el amor», cuenta José Luis, de 50 años, almacenero de Mercedes.

De la boda, un 1 de agosto de 1981, Conchi recuerda sobre todo la ceremonia. «Nos casamos en San José de Arana. Nosotros preparamos la iglesia. El cura, José María Martínez de Mandojana, nos subió al altar y toda la familia participó en las lecturas, las preces y las ofrendas. Fue diferente. Las arras fueron un pasador y un broche. Tenemos un recuerdo inolvidable», recalca.

El banquete fue en el restaurante Amáritu, un lugar con muchos recuerdos familiares. Se invitaron a unas 110 personas. «Alguien puso latas de conserva atadas con una cuerda en el parachoques del ‘cuatrolatas’ con el que viajamos de luna de miel a Burriana, en la costa mediterránea», recuerda José Luis.

Dos hijas son el fruto de un amor para cuya duración no hay secretos. «En nuestra invitación había una frase que resume estos 25 años de vida común. ‘Amar es compartir una nueva experiencia, la entrega del uno al otro’», añade Conchi, que no mira atrás con nostalgia. «Me quedo con la forma de querernos de ahora».

En el recuerdo han quedado muchas relaciones de amistad incompatibles con la vida familiar. «A los 19 meses llegó nuestra primera hija y la vida nos cambió completamente. Tienes que rehacerla. Al cabo de los años vas tejiendo nuevas amistades. Nosotros vamos de cámping a Haro y allí hemos formado una nueva cuadrilla».

José Luis y Conchi siguen creyendo en el amor como el primer día. «Queremos llegar a los cincuenta», dicen al unísono.

RECIÉN CASADOS

Luis Fernández-Yolanda L. de Mendiguren

«Nos conocimos en el trabajo»

Dicen que «no fue amor a primera vista», pero estaban tan seguros de que era para durar que se fueron a vivir juntos a los seis meses de noviazgo. Luis Fernández, 32 años, abogado y técnico de relaciones laborales de Daimler Chrysler y Yolanda López de Mendiguren, de 28, secretaria de dirección en la Agencia Foral del Agua, forman una pareja envidiable. Hace seis años que se conocieron y esa llama que se enciende con el enamoramiento sigue viva como el primer día.

Se conocieron en el espacio donde nacen más relaciones actualmente, en el trabajo. «No tenía una buena imagen de él al comienzo, pero las primeras impresiones suelen fallar cuando el trato se alarga en el tiempo. Una buena amiga me animó: ‘ese chico te pega’», dice ella. «Trabajábamos juntos en el departamento de recursos humanos de Gamesa. Comíamos juntos. Incluso salíamos los jueves a tomar copas con otros compañeros», cuenta él.

Una noche de sábado del año 2001 se declararon. Les trasladaron a Zaragoza durante un año, regresaron a Vitoria y el 9 de julio de 2005 se casaron. Una boda «íntima» con 126 invitados entre amigos y familia en las Salesas y almuerzo en el Parador de Argómaniz. Todo transcurrió tan perfecto, que Yolanda dice que repetiría. «No hubo ni retraso en la iglesia. Sonaban las campanas de las doce mientras yo entraba por la puerta», relata ella. Un coro cantó el ‘Ave María’ de Schubert y en la despedida ella hizo llorar a los invitados con unas palabras de amor dedicadas a Luis.

Esa noche durmieron en su piso y el lunes siguiente un avión de la Thai los llevó a Indonesia y Thailandia. Una luna de miel de ensueño, pero sin playa. «Calles y monumentos. Nos gusta patear, verlo todo y mezclarnos con la gente cuando nos dejan».

Se casaron porque creen en el amor para toda la vida. Aunque hace falta un esfuerzo de sinceridad, comunicación, muchos detalles y reírse juntos. Luis añade confianza y respeto. El amor siempre es cosa de dos.

El Correo